martes, 26 de enero de 2016

Comentario de Aldo García



Esta poesía es comestible, como turrón o mazapán o dulces de aldea, preparados 
con misteriosa pulcritud y cuya delicia cruje en nuestros dientes golosos.

Pablo Neruda 
(comentario sobre la poesía de Ramón López Velarde)


Ella (alondra y escarcha), de Maurizio Veletti, constituye un poemario que se desencadena al poco tiempo de que un joven corsario zarpa de su país inventado (porque después de todo, vivimos en el país que nosotros inventamos), para ir en búsqueda de una nueva patria que, en el ejercicio de lo poético, deviene en mujer, es decir, en alondra y escarcha, epíteto bajo el cual el poeta se dirige a ella y que será, además, la dualidad que la regirá. Por otro lado, al ser el poemario el transcurso de un viaje, también se vuelve revelación y aprendizaje, siendo éstos resultados inherentes de las aventuras y travesías, no sólo en términos amorosos, pues el amor es el eje que sostiene al conjunto de poemas que conforman al libro, sino también en términos de poesía, ya que la estructura de los propios textos es una indagación de la creación lírica, poética.

El Proemio es de carácter nocturno, construido con imágenes claras y precisas: la escarcha no es sólo un pedacito de hielo y frío, sino el rocío congelado que se abre paso una vez entrada la noche y es en ese espacio en el que alondra crece, además este espacio al que el poeta se refiere requiere de las aguas para su existencia, pues alondra al constituirse como escarcha también se vuelve líquida, de ahí que el poeta sea corsario y noche: corsario, para navegar cada río que ha de ir al mar de alondra, o cada mar de alondra que ha de volverse río; noche, para contemplar cada rocío que se vuelve escarcha.

En seguida, en A ti: alondra y escarcha... el corsario, poco antes de zarpar, evoca a alondra, convirtiéndola en el país que lo espera, terreno envuelto en filigrana, lleno de verdura y sabrosas frutas, asombroso y desconocido. La empresa es difícil, ante sus ojos olas azules y violentas se levantan, pero la embarcación las aguarda como

besos que le brinda el océano a mi barca de marinero

pues el corsario para llegar al nuevo mundo ha de domeñar al océano, mas no está solo en la pugna, ya que sus leales marineros le acompañan. Además, entre embate y embate acuoso, acuden al ímpetu del joven corsario un sin fin de imágenes de alondra y de escarcha, que la arrancan del ensueño para atraerla a lo real, para que sea alivio y poesía que lo mantenga a flote en aquellos mares incestuosos, porque alondra es la única dicha que puede devolver realidad la antesala del ensueño. Al joven para considerarse a sí mismo corsario le basta un solo reconocimiento: el de la dicha de saberse al abrigo de la poesía de alondra y escarcha.

En este punto, el joven corsario y joven poeta ha anclado en esas nuevas tierras, que son, al mismo tiempo, ella, alondra y escarcha; de ahí que la belleza de aquel continente lo asombre y maraville. Así pues, Ojos peregrinos, Te veo a través y Son tus ojos describirán cada instante contemplativo en ese terreno desconocido, primero desde la mirada del corsario:

Mis ojos:
devotos peregrinos...
[...]
peregrinos de tus pies semidesnudos [...]

en seguida, la contemplación devendrá en sensación eólica, en un afán por parte del poeta marinero de volverse viento, pues es el único elemento capaz de abrazar lo corpóreo con tanta fuerza e invisibilidad, por eso el viento es

artesano que dibuja los límites
                             de
  tu
                                                            cuerpo

y dentro de ese poder casi absoluto, nuevamente, emerge la percepción contemplativa, ya que el poeta, ejerciendo su oficio de artesano, desnudará a esa tierra que lo acoge y recibe, es decir, a ella, alondra y escarcha. Finalmente, el corsario deja de absortarse en sí mismo ante la belleza de ella, para elogiarla con mayor precisión,

Son tus ojos dos líquidas poesías [...]

Pues, como decía más arriba, ella es líquida por acción del rocío que forma y conforma a la escarcha; en suma, es también agua dulce que habrá de saciar la sed del joven corsario que está a punto de partir, tal y como sucede en Redondos bergantines, para acudir a otras latitudes de la nueva patria e iniciar el reconocimiento de los espacios y tierras, siempre con referencia en ella:

Desafiantes caen tus doradas mieses espigadas, coloreadas [...]

Discretos caen tus topacios filiformes; dibujantes de una lluvia suspendida, lacia y ambarina [...]

De igual forma, la necesidad teológica tiene cabida en el poema en ...hubo un tiempo..., pues al joven corsario, en la pleitesía de esta nueva patria de alondra y escarcha, le viene el recuerdo del tiempo pasado y la violencia del génesis de la tierra y es la mujer del marinero (ella, alondra y escarcha) el centro también de su devoción y ánimo, mientras que el resultado de aquellas fuerzas creadoras son equiparadas con aquel paraíso desaparecido en el que vivió la primer pareja del mundo:

Pasado que fue presente y escultor de tu maternal fortuna: luna creciente que recreó la multiplicación de la existencia y que fue por unos meses ¡ración de tu extinto paraíso Eva!

Posteriormente, el corsario asciende a las montañas de esa patria, pasando por los trigales y árboles de frutos, espacios que son detallados con sumo deleite en Sólo en cumbres, ¡Oh espiga... y Ocultas en el fondo, en los cuales la única diferencia con respecto del primer avistamiento es la degustación de los propios espacios y frutos que ella ofrece. De lo recorrido hasta este momento, es posible mencionar:

verdes campos de granados y almendros [...]
Son tus ojos [...] jinetes [...] que cabalgan al abrigo de dos ramilletes con raíz de higo [...]
¡Auroras de tus cimas frutales! [...]
al mar escarchan de morena caña [...]
¡cumbres datileras! [...]
¡de las bayas y cafetos son huertos [...]
[Ardientes labios] Palpitantes mariposas ebrias de ciruela y trementina [...]
Higos que liberan risa [...]
tierras de almendros y rosales, de nata y espuma tibia... [...]
[Sólo en cumbres nace un perfil como el tuyo] amielado relieve [...]
¡Oh fruta/ de verano escarchada de rompope/ de miel y cebada! [...]
¡Oh isla de rompope datilero! [...]
verano limonado [...]
gajos del naranjo ufano [...]

Por otro lado, y como mencionaba al principio, Ella (alondra y escarcha), además de travesía y aprendizaje amoroso, es también aventura poética, pues hay una constante experimentación con las formas, metros, ritmos y rimas, lo que le otorga movilidad al conjunto de poemas, incluso se encuentra insertado un ideograma –tal y como los trabajaran el francés Guillaume Apollinaire o el mexicano José Juan Tablada–, lo cual no es deliberado, ya que se encuentra en franca concordia con la representación que hay de la naturaleza en el poemario de Maurizio Veletti, pues la herencia e influencia de Tablada en la poesía mexicana radica en el nuevo sentido del paisaje, el valor de la imagen y el poder de la concentración de la palabra, aspectos que fueron enseñados a los "Contemporáneos"; en este mismo sentido, Veletti, al trabajar con haikus, nos remite, en principio, a Tablada y en seguida a Matuso Basho, probablemente el más grande escritor de haikus, quienes, bajo la estética de esta forma poética, lograron una interpretación plástica de la naturaleza, que es, al mismo tiempo, uno de las afanes que se aplauden en Ella (alondra y escarcha).

La Oda es el momento más intenso del poemario, ya que es aquí donde sucede el encuentro cabal de los amantes, el corsario y ella, alondra y escarcha, pero ya no revelada como patria o continente, sino en su total feminidad, desde su nacimiento hasta su partida, momentos que están en concordia con la primavera y el estío: así pues, la abundancia de aromas, colores y sabores, propios de la primavera, estarán en relación con el momento en el que ella nace, mientras que los espacios sombríos y la sensación de frío estarán relacionados con el instante de la partida de ella, que se aleja tal y como arriba al encuentro del corsario: en un ligero vuelo de alondra, abrigada, primero, con la escarcha cálida de primavera y, después, con la escarcha fresca que traen los días de otoño.

Ella (alondra y escarcha) concluye luego de una Elegía que describe la muerte de alondra en un vuelo hacia la luna, tiempo después del idilio con el corsario, quien se queda con la esperanza del retorno que quizá habrá de venir la estación siguiente, en otro tiempo, en otro momento, futuro que será presente. Por ello al marinero, en la escarcha de la soledad, sólo le resta volver a la tierra que lo vio nacer, aguardar por el calor del vuelo de alguna otra alondra y la frescura de alguna otra escarcha.


Aldo García
Aguascalientes, 7 de febrero de 2009

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